En el mundo de las dos ruedas, la década de los 80, fue, nos guste o no, claramente japonesa. Si la década de los 70 había supuesto la irrupción y rápida victoria de las nuevas mecánicas japonesas, la de los 80 supuso la exhibición de poder del gigante nipón.
Con una alocada presentación de modelos y novedades técnicas que año tras año asombraban al mundo entero, las cuatro grandes marcas japonesas (Honda, Yamaha, Suzuki y Kawasaki) se hicieron con el mercado europeo en poco mas de un par de años.
En España, que por razones que a nadie se escaparán, no se había producido la tan cacareada invasión nipona durante la década de los 70 (por esas fechas no estaba la cosa aquí, en España, como para invasiones, y menos japonesas), los 80 fueron sencillamente apabullantes.
La llegada de las grandes marcas japonesas a España resultó muy particular. El panorama era sencillamente desolador, y la solución fácil de tomar. Las marcas españolas desamparadas del acostumbrado proteccionismo estatal, esperaban indefensas a la inevitable apertura. La industria española no estaba en situación de luchar. Así las grandes japonesas se limitaron a absorber, mediante asociaciones mas o menos dignas, lo que quedaba de la industria española de las dos ruedas haciendo propia la planta y red de distribución de marcas como Montesa (Honda), Semsa (Yamaha), Puch (Suzuki) y Derbi (Kawasaki).
En Canarias, la cosa, como de costumbre, se desarrolló de otra manera. Si bien es cierto que las marcas japonesas habían ya desembarcado mucho antes (otra ventaja mas de los puertos francos que, a cambio de nada, perdimos), la llegada de las nuevas marcas a la península y la paulatina perdida de ventajas que a nivel de precios e impuestos fuimos padeciendo (también a cambio de nada) se tradujo en un giro de 180 grados en cuanto a nuestro acceso a las últimas novedades y en general a no vivir de cerca la consecuencias que la irrupción de las marcas japonesas tendría en el mercado europeo.
Así, si bien es cierto que las estructuras montadas al amparo de los puertos francos mantuvieron el acceso directo a Japón durante la primera mitad de los 80, la situación resultaba insostenible. Con la única excepción de, quizás, Honda, en manos de la por entonces poderosa Alcorde, los nuevos modelos de las marcas japoneses llegaban al mercado canario con cuenta gotas. Marcas como Kawasaki o Yamaha, con la excepción de alguna RD350 que otra, tenían una presencia en las calles prácticamente nula. Por primera vez en la historia, los canarios teníamos que comprar revistas de la península para acercarnos a las últimas entregas japonesas.
Con una alocada presentación de modelos y novedades técnicas que año tras año asombraban al mundo entero, las cuatro grandes marcas japonesas (Honda, Yamaha, Suzuki y Kawasaki) se hicieron con el mercado europeo en poco mas de un par de años.
En España, que por razones que a nadie se escaparán, no se había producido la tan cacareada invasión nipona durante la década de los 70 (por esas fechas no estaba la cosa aquí, en España, como para invasiones, y menos japonesas), los 80 fueron sencillamente apabullantes.
La llegada de las grandes marcas japonesas a España resultó muy particular. El panorama era sencillamente desolador, y la solución fácil de tomar. Las marcas españolas desamparadas del acostumbrado proteccionismo estatal, esperaban indefensas a la inevitable apertura. La industria española no estaba en situación de luchar. Así las grandes japonesas se limitaron a absorber, mediante asociaciones mas o menos dignas, lo que quedaba de la industria española de las dos ruedas haciendo propia la planta y red de distribución de marcas como Montesa (Honda), Semsa (Yamaha), Puch (Suzuki) y Derbi (Kawasaki).
En Canarias, la cosa, como de costumbre, se desarrolló de otra manera. Si bien es cierto que las marcas japonesas habían ya desembarcado mucho antes (otra ventaja mas de los puertos francos que, a cambio de nada, perdimos), la llegada de las nuevas marcas a la península y la paulatina perdida de ventajas que a nivel de precios e impuestos fuimos padeciendo (también a cambio de nada) se tradujo en un giro de 180 grados en cuanto a nuestro acceso a las últimas novedades y en general a no vivir de cerca la consecuencias que la irrupción de las marcas japonesas tendría en el mercado europeo.
Así, si bien es cierto que las estructuras montadas al amparo de los puertos francos mantuvieron el acceso directo a Japón durante la primera mitad de los 80, la situación resultaba insostenible. Con la única excepción de, quizás, Honda, en manos de la por entonces poderosa Alcorde, los nuevos modelos de las marcas japoneses llegaban al mercado canario con cuenta gotas. Marcas como Kawasaki o Yamaha, con la excepción de alguna RD350 que otra, tenían una presencia en las calles prácticamente nula. Por primera vez en la historia, los canarios teníamos que comprar revistas de la península para acercarnos a las últimas entregas japonesas.
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