El panorama de las dos ruedas por aquellos tiempos era, cuanto menos, variopinto. De una lado Japón, que vivía por entonces, respecto de sus mecánicas más avanzadas, la que sería la última evolución de sus motores refrigerados por aire (Japón saboreaba ya la victoria y control del mercado de motocicletas a nivel mundial).
Del otro, la década de los setenta había resultado devastadora para la motocicleta europea, viendo caer a la inmensa mayoría de sus más prestigiosas marcas. Así, en Europa, y con la única excepción de BMW, que por razones obvias sufrió de otra manera este cambio, los años 80 representarían lo que a priori parecían ser los últimos coletazos de marcas como las legendarias Ducati, Guzzi o Laverda.
Ducati vivía amenazada por el fantasma de la crisis y una bancarrota que resultaba insoportable. Pese a la intervención estatal a que fue sometida (a costa del abandono a su suerte de la también legendaria MV Augusta), la marca italiana se resistía a desaparecer mostrando al mundo la completa transformación de sus mecánicas: la transmisión por eje rey dejaría paso a las novedosas y modernas correas de goma apareciendo así el motor pantah; sin lugar a dudas la máxima y más rentable expresión de la tecnología moderna europea de las dos ruedas (con permiso una vez mas, del añejo motor bóxer de BMW).
Así, durante los años 80, convivieron, de una y otra manufactura, los modelos y mecánicas ya superados con aquellos que representarían la apuesta definitiva con la que hacerse con un nuevo mercado, que en una magnitud hasta entonces desconocida, ansiaba de prestaciones y acabados de calidad. Aunque la lucha parecía de antemano ganada por las marcas niponas, el bastión europeo, representado principalmente por Ducati, vendería cara su derrota.
(continuará...)
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