Febrero del año 1984, servidor con 16 primaveras recién cumplidas
y una bien entrada en años Honda ST70 con la que sencillamente, no paraba de
dar rueda. Y es que la ciudad de Las Palmas, pronto se me haría chica, con
infinidad de circuitos urbanos improvisados en los que buscar una y otra vez
los límites de aquella ruidosa Hondita.
De aquellos años, en lo que se refiere a las dos ruedas, dos
mundos, o quizás tres, bien diferenciados. De un lado, el del pollerío de entre
15 y 18 años, con una realidad dividida entre los que tenían una Honda 70, y
los que no. Del otro, el de los mayores con sus bichos: tremendísimas motos de
ensueño, objeto de culto y admiración de la juventud de entonces. Además de uno
y otro, y prácticamente invisible a ojos de aquella juventud, el puñado de "motoristas" de toda la vida, que con sus antiguas japos, BMWs y hasta alguna que otra moto
inglesa, seguían ahí, sin hacer mucho ruido, como siempre.
Pese a que con el tiempo he tenido la suerte de conocer, y
hasta reconocer, a buena parte de los integrantes de este último grupo, al
hablar de los años 80 toca hacerlo, y detenerse, respecto de los dos primeros,
por su particular singularidad y sobre todo, por haberlos vivido, uno y otro,
en primera persona.
A nadie se le escapa, ni creo existan dudas, respecto del
papel que ha representado y representa la Honda
ST 70 en la historia del motociclismo en Canarias. Ninguna moto,
ni de entonces ni de ahora, ha marcado tanto la diferencia. La Honda 70 fue sin lugar a
dudas el referente de aquellos años, y lo que en ellas se veía y vivía pronto
se extendía a todo lo demás. Por otro lado, y pese a que la transición no
parezca lógica, y menos sensata, la setenta era el paso previo a la moto de gran
cilindrada, al bicho.
De entonces, y en particular de las setenta, recuerdo
su nivel de personalización; y es que no había dos iguales. Desde la posición
de los manillares, “llevados al sitio” mas bien a lo bestia, y en plena calle,
hasta la elección del escape dentro de las dos o tres opciones disponibles
(original sin silencioso, Bieffe o “custom made” sobre la base de una coleta de
Volkswagen Escarabajo de inconfesable procedencia). Además, los amortiguadores
traseros, con media docena de variantes (los mas codiciados los Marzocchi de
gas, reventados; y es que si no lo estaban, cosa mala para el chasis), la
elección de neumáticos con un par de marcas y medidas entre las que elegir y
como no, el trabajo de cromo y pulido, con autenticas obras de arte producto de
horas y horas de curro, Glow o Rinci en mano.
En lo que se refiere a los bichos, una vez mas, la noche y el día, el jing y el jang. De una lado, para muchos el oscuro, la gente de Ducati, defensores de lo por entonces indefendible, y del otro, el tremendísimo poder japonés, con máquinas hasta entonces inimaginables. En general, pues mas o menos, lo
mismo de lo mismo, con toda una explosión de accesorios y mejoras que incluían, sobre todo para las monturas de origen nipón, el
cuatro en uno (prácticamente omnipresente), el cambio de amortiguadores
traseros (koni, en la mayoría de los casos), de dirección (Kawasaki), e impresionantes basculantes traídos hasta nuestras islas por
Peraza o Ajonai, entre otros. Como complemento a todo lo anterior, el
acostumbrado recurso de la época al cromo y el pulido, y como no, los diseños
de pintura personalizados, con metalizados hasta aquellos años desconocidos.
En resumen, un mundo de color, cromo y calidad como no he
vuelto a ver desde entonces.
Continuará ...
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