sábado, 26 de noviembre de 2011

BIMOTA SB5: UNA HISTORIA DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS


Corría el año 1985, calculo, cuando, intoxicado por una preocupante afición por todo lo que tuviera dos ruedas, subía por la calle Obispo Rabadán con mis amigos Pedro y Sabi, y por esas cosas de la vida que la vi por primera vez. Como si se tratara de una aparición al más puro estilo “Fátima” o “Lourdes” (con perdón), allí estaba ella. A tan sólo unos dos o tres metros de la esquina de Obispo Rabadán, en la calle Senador Castillo Olivares, lucía como caída del cielo aquella espectacular Bimota SB5. Reconozco, que por aquellos tiempos poco sabía y había oído hablar de aquella marca. De hecho, era la primera vez en mi vida que veía algo parecido. Al ultramoderno (para la época) carenado y monocasco en fibra, se unían unas espectaculares y anchísimas llantas con unos neumáticos de medidas desconocidas (120 delante y 150 detrás). En cuanto al aluminio, que decir, aún hoy impresiona…

Como bobos nos quedamos, mira que te mira y toca que te toca (esto último propio de la edad). Recuerdo, como si fuera ayer, que la moto llevaba una gigantesca matrícula roja (de pruebas), lo que venía a confirmar lo especial del hallazgo ya que de todos era conocido que aquellas matrículas estaban solo al alcance de los mejores clientes V.I.P..

La experiencia acabó, como casi todo en aquella época, con un buen susto y una carrerita más o menos precipitada; y es que uno de mis queridos amigos, el más dado al toqueteo, la tomó por los manillares, para así sentir aún mejor las sensaciones que se atesoraban tras aquel puesto de mandos, con aquella impresionante cúpula transparente (algo por entonces reservado a Freddie Spencer and company), y todo aquel aluminio resplandeciente, y fue entonces cuando se jorobó el tema. Lo primero, la burra lateral, que como por arte de magia se recogió y nos dejó allí con aquello en las manos y sin poderlo soltar. Lo segundo, la alarma. Si, aquella moto tenía alarma (la primera vez en mi vida que veía una moto con alarma), y pitaba como la madre que la parió (con perdón otra vez). Pues eso, que allí estábamos nosotros tres, con las caras descompuestas, con aquella preciosidad que no paraba de pitar (creo recordar que los intermitentes también se encendían y apagaban, pero de eso no estoy seguro y espero entiendan el porqué), y sobre todo, lo peor, sin poder soltarla para echar a correr (y es que la guantada que se estaba rifando se antojaba cuanto menos proporcional a aquella tremenda Bimota, y la cosa no pintaba bien). Por iluminación divina, o por toda la sangre que te llega a la cabeza cuando estás a 250 pulsaciones, que metí el zapato por la parte baja del motor, a la izquierda, saqué aquella maldita burra, la extendí, sujetándola hasta que mi querido amigo (el dado al toqueteo) dejó descansar aquella belleza mientras a mi, les aseguro, sentía me iba a dar un soponcio; y es que impresiona el grado de inclinación que mantiene esta preciosidad cuando cae sobre su burra. A continuación, y en cuestión de milésimas de segundo, y no estoy exagerando, estábamos los tres, sin resuello, como paseando, y mirando hacia atrás cada dos metros, bien pasado el Obelisco.

De aquella experiencia, además del susto, quedó el secreto compartido durante tantos años de lo cerca que estuvimos de hacer daño a aquella damisela y sobre todo, de lo afortunados que fuimos de que se cruzara en nuestro camino. De hecho, obviando lo no confesable, presumí con el paso del tiempo de haber estado muy cerca (y tanto) de una de las motos más especiales que se hubieran fabricado nunca. A aquella preciosidad no la volví a ver hasta pasados casi 20 años, y lo que me encontré, nada tenía que ver con mi recuerdo.

Año 2007. Yo, pues  con unos veintipico años más, aún intoxicado por todo cuanto tenga dos ruedas, pero eso si, algo más comedido. La Bimota, aún en mi cabeza. De hecho, recuerdo haber hablado de ella hacía bien poco con ocasión de una discusión entre amigos en la que, defendiendo a capa y espada la exclusividad de mi querida CB1100R (un sueño hecho realidad), ponía como ejemplo, que de existir algo más exclusivo de aquella época sólo podría tratarse de aquella preciosa Bimota SB5 que tuve la suerte de ver, una vez, hace más de veinte años (por supuesto que no conté la aventura al completo; me quedé en el ojeo, sin pasar al toqueteo).

Cierto es, que uno o dos años antes había tenido noticias de aquella preciosidad tras encontrar entre los clasificados de Canarias7 un anuncio que decía: Se vende Bimota SB5 año 1985. Por supuesto que llamé, me atendió un señor más que agradable, me comentó por encima que la moto había sido desmantelada por completo para su restauración y que allí estaba, esperando a que alguien se decidiera a afrontarla; que él estaba más por otro tipo de proyectos. Las pocas ganas que el vendedor tenía de dejarla escapar (se le notaba un montón) y el hecho de que yo por entonces estaba a punto de casarme (si, contraer sagrado matrimonio, con las responsabilidades y “gastos” que ello conlleva), que la cosa se quedó allí, con un “quizás quedamos un día y la vemos”. Con el tiempo he aprendido a dominar “un poco” mi pasión por este mundo de las dos ruedas, y ese día, reconozco hice todo un ejercicio de ello.


De vuelta al 2007, que por esas cosas de la vida (otra vez), ese agradable señor de la Bimota (Santi Tejera para los amigos) se cruzó de nuevo en mi camino y, tras el cierre de una operación que incluyó, además de docenas de emails, todo tipo de trueques y compensaciones (hasta cuatro motos clásicas se vieron envueltas en el enredo ya que hubo que buscar por ahí lo que al amigo Santi le podía interesar) que me llevé a casa a aquella vieja amiga, si bien, decir, que la importancia y posibilidades de aquel amasijo de hierros y cajas de cartón llenas de piezas, lo conocíamos, por entonces, tan solo Santi y yo (cuando llegué a casa, mi mujer miró lo que traía, se sonrió, y me dijo: esta vez creo que te has equivocado con el negocio, pero, tranquilo, no pasa nada –meses más tarde pagaría su falta de fe lija que te lija alrededor de aquel casi podrido motor Suzuki).





De la Bimota SB5, decir, pues, que fue sin lugar a dudas la motocicleta más exclusiva y cara que se vendió en Canarias en la década de los 80, con un precio de venta bien por encima de los 3.000.000 de pesetas de la época y que fue presentada en el año 1985 como la moto más rápida y cara de la historia. Bimota fabricó tan sólo 158 unidades de esta maravilla de la técnica, utilizando las mejores calidades del momento. Su chasis, multitubular de cromo molibdeno, se combina con aluminios de calidad aeronáutica (avional), utilizando soluciones técnicas y mecánicas desconocidas hasta el momento. Para la motorización, se utilizó el potente motor GSX 1100 empleado en la última serie de las Suzuki Katana 1100. A España solo llegaron dos unidades de esta preciosidad, a través del conocido piloto Andrés Pérez Rubio (con el que también contacté y me dio fuerzas para la aventura, tras comprobar, a través de las fotos que le mandé el follón en el que me había metido).



Mi querida y vieja amiga es la unidad 130 de las 158 fabricadas. El deterioro en que se encontraba, que llevaba desarmada más de tres años, era sencillamente impresionante (por eso la desmanteló Santi). El grado de oxidación de muchas de sus piezas, incluidas algunas de aluminio, era tan grande que hacía imposible su reparación. Por esa razón, hubo de estarse al resultado del complicado mercado de piezas de segunda mano de motocicletas de estas características (principalmente en Francia, Holanda, Alemania y Australia). Como ejemplo de lo anterior, decir, que las barras de horquilla vinieron de Australia, las tijas y el monocasco (toda una aventura) de Francia; y aluminios de aquí y de allí, de Holanda, Alemania e Italia. Hasta de Japón, Estados Unidos y Canada vino algo más. Ni que decir, que mi señora madre, encargada de la recepción y porteo de todo este material es más que conocida en la oficina de correos del barrio.



Además de lo anterior, diferentes miembros de los Clubs Bimota de Francia y Holanda, han seguido el proyecto con interés habiendo resultado inestimable su consejo a la hora de solventar dudas, cuestiones técnicas o conseguir repuestos. Así, el complejo montaje de una motocicleta de estas características, máxime en el estado en que comenzó el proyecto (en cajas y con piezas por aquí y por allí), hubiera resultado tremendamente complicado de no haber contado con la colaboración de Phil, de Zegol Racing Team (Francia), propietario de otra Bimota muy similar, de quien fui recibiendo, vía correo electrónico, respuestas, fotos y material técnico con el que afrontar esta apasionante empresa (Internet demostró una vez más ser una valiosísima herramienta de comunicación). Las fotos fueron imprescindibles, por ejemplo, para averiguar por donde diablos discurría la instalación eléctrica. Se que parece una tontería, pero les aseguro que no lo fue ya que de las infinitas posibilidades existentes, sólo con una (con la que no di de entrada, como suele pasar en estos casos) el cableado era suficiente y llegaba a los relojes del cuadro de mandos (si le echan un ojo a la zona de la pipa de la dirección de la señorita entenderán lo de las infinitas posibilidades).



Respecto del proyecto en si, resultó completamente diferente a cuanto había hecho y visto hacer. Aquí, la estricta serie, o mejor dicho el conseguir el estado original pues,... una historia para no dormir. Mi Bimota tenía diferencias significativas con la que se mostraba en el manual de despiece (que ya había sido adquirido por Santi). Además, la SB5 que aparecía en la revista Motociclismo de la época (que conseguí yo) también las tenía, no solo con la mía sino con la del libro de despiece (esto, les aseguro no ocurre con Honda). La respuesta al enigma me la dio el propio Departamento Comercial de Bimota: “se trata de motocicletas especialísimas, fabricadas casi bajo pedido y a las que se han ido incorporando peticiones del propio cliente o soluciones que se han ido adoptando tras la venta de las primeras unidades. Su unidad es de la última serie e incorpora, además de un nuevo sistema de suspensión delantero, ciertas modificaciones en la parte ciclo. No hay dos Bimotas completamente iguales”. Atónito me quedé con la respuesta. Aún así, la idea era volver a aquella Bimota que había visto hace 20 años y el resultado,… se parece muchísimo.



Para finalizar, agradecer, por que es de bien nacidos el ser agradecido, a Abraham (Danone) por haberse dejado contagiar de esta aventura y por todo lo que ha hecho por ella. A Germán Fabelo y su hermano José de Motolavado y a Miguel Ángel Ajonai y Santi Tejera por estar siempre al otro lado del teléfono con el asesoramiento que iba necesitando y hasta venirse a casa a sacarme de algunos de los líos en los que me ha metido esta señorita; y a Juan Segura, Diego (de San Bartolomé de Tirajana 5), al amigo y hermano de adopción Pedro Miguel (uno de los que corrió conmigo hace 20 años), y a Isidro y a Cristóbal Ramírez (con quien la bomba de freno trasera de la chica parece entenderse mejor que conmigo) por toda su ayuda y apoyo. Y como no, a la señora y señoritas que conforman la familia Vera Hartmann, incluida mi señora esposa, por las horas que echaron allí, conmigo, lijando, reparando fibras y hasta cargando aquel condenado motor para, una vez pintado, subirlo a la mesa de Ikea (que obviamente tras el proyecto de restauración paso a mejor vida) cuando iniciamos el montaje; y como no, a mi madre, Josefina Durán, por todo el apoyo y labor de recepción y porteo de piezas y materiales, desarrollado, al más alto nivel. En resumen, todo un equipo, en familia y con buenos amigos, ¡como debe ser!.


Y nada más, que esa chica que conocí hace más de 20 años, está otra vez entre nosotros, si cabe, más bella que entonces.

1 comentario:

Oficina de Arquitectura dijo...

Espectacular documento y no menos redacción... los pelos de punta y como no alguna que otra sonrisa en mi cara... que momentos, como decía la canción: la vida se hace siempre de momentos de cosas que no sueles valorar y luego cuando pierdes cuando al fin te has dado cuenta el tiempo no te deja regresar, todo pasa, quien diria que un dia queda poco por contar tan solo los recuerdos momentos que no volveran jamas. Por eso hay que vivir con plenitud, porque la vida esta hecha de instantes y es un momento nada mas... Aprovechaste la suerte que te dio la vida de regresarte 20 años, y no la desperdiciaste, genial me alegro por ti y me alegro de haber compartido no sólo ese momento sino muchos otros contigo... Sabi Schwantz...jeje ;o)